viernes, 18 de agosto de 2017

Feliz islamofobia.

Europa camina la espiral de la locura. Una locura visceral, llena de fobias, prejuicios y peligros escondidos. Una espiral que la llevará a la autodestrucción si no cambia pronto. Occidente, por completo, se encamina hacia allí. Y lo peor es que occidente no está dispuesto a caer solo. En su camino está dispuesto a llevarse a quien haga falta por delante. El mundo entero está en peligro, y nosotros, inconscientes, nos preocupamos, y de menos, por nuestro propio pellejo.

Me prometí a mí mismo, que no entraría en el debate que estoy a punto de iniciar a continuación. Las causas son muchas. Falta de ganas por un lado, falta de pruebas por otro, que me impiden tener un criterio tan preciso como quisiera, y falta, sobre todo, de salud mental para abordar un tema que me hace pensar de más, y que a veces me angustia más de lo que quisiese. Porque realmente tengo miedo. No se equivoquen. No es que viva encogido en mi cueva, atemorizado por las consecuencias inmediatas que vayan a tener los sucesos que estoy por abordar, pero, más bien, el temor derivado de una certeza de que en algún momento, el cielo se oscurecerá por columnas humeantes salidas de fuegos que no se apagan, de que los llantos de niños huérfanos aullarán en calles derruidas, de que un páramo desierto es lo que nos espera. Atemorizado por la certeza de que esto YA ESTÁ OCURRIENDO.

Y mientras tanto, estoy escribiendo y reflexionando sobre ello en mi blog, desde mi nuevo ordenador, con un plato combinado compuesto por dos huevos, pechuga de pollo y varios trozos de pimiento, todo ello frito, mientras refresco el gaznate con un buen quinto de Estrella Galicia, mientras otro espera a ser abierto.

Occidente es decadente. Casi siento asco de mí mismo. Lo que me impide sentir asco de mi mismo es el tener consciencia del asco que puedo llegar a dar. Eso y que yo no me quejo, ni lloro, ni pongo lacitos negros ni banderitas en Facebook, en homenaje a las víctimas del último atentado de turno que le ha tocado pagar a gente, adelanto ya, inocente por acción, pero culpable por omisión. Por omisión de conciencia, en la mayor parte de los casos. O quizá no, quizá me equivoque y las 13 personas atropelladas, o al menos alguna de ellas, se taladraban la cabeza tanto como yo con lo que ocurre en oriente próximo. Y es que se que va a sonar mal lo que voy a decir. Se que va a levantar ampollas, a doler y a lastimar el orgullo. Puede que se me trate de polémico, de morboso, o cínico o vaya a saber usted, pero creo que quien tenga conciencia, al final de este largo monólogo, sabrá que lo que digo es verdad, y se sentirá tan culpable como yo, aunque mañana cuando se despierte no vaya a hacer nada por cambiarlo. Porque somos culpables. No como individuos, no, quietos, no es que seamos personas mezquinas y ruines, pero sí como sociedad. Somos una sociedad decadente, occidente lo es.

Hay una verdad innegable en torno a todo esto y es que nuestros líderes políticos no han movido un dedo por parar los atentados. Bueno, sí, impedir la entrada de refugiados, algo muy útil teniendo en cuenta la facilidad con la que el DAESH puede radicalizar a un musulmán de segunda generación (esto es, hijo de padres emigrados en un pasado) que no han sabido, o más bien, podido integrarse en la sociedad porque han cogido los trabajos que nadie quería, los de 700 euros (o menos) por 12 horas diarias, sin derecho a descanso semanal, para irse a vivir hacinados a un barrio marginal en el que no entras a menos que trabajes o vivas allí. Muchachos resentidos porque Europa no es la tierra soñada que le habían prometido a su padre, cuando tubo que emigrar de su país de origen porque las bombas caían y deshacían escuelas, viviendas a tres manzanas, o quizá el bar de la esquina al que solía ir a tomar el te y fumar sisha. Fuera de estas actuaciones para impedir la entrada de nuevos refugiados, ¿qué han hecho nuestros gobiernos? ¿Regularizar el trabajo? ¿Algún plan de inserción para los sectores marginales? ¿Quizá dejar de repartirse la tarta de recursos de países orientales que invaden? ¿Dejar de venderle armas a Arabia Saudita, principal país exportador de petróleo, y también principal proveedor de armas del DAESH? ¿Promocionar quizá las energías renovables para ser menos dependientes de los recursos de países extranjeros, a los que invadimos so excusa de la existencia de "armas de destrucción masiva"? A mí, desde luego, no me resulta conocida ninguna de estas medidas.

Voy a hacer aquí un pequeño rodeo, si se me permite. No se si conocen una serie que solían poner en La Sexta, al menos antes de que fuese comprada por el oligopolio liberal de atresmedia, llamada "Me llamo Earl". Quizá, con fortuna, aún la pongan, y si no podrán encontrar los capítulos por internet. Privilegios del primer mundo. El caso es que el protagonista de esta peculiar serie, es un hombre con un bigote muy stalinista, pero menos peinado, que en su momento era un capullo de esos para enmarcar, del sur de EE.UU. Este capullo un día tiene un golpe de suerte y le toca una lotería. Pero poco le va a durar la suerte. El billete se le escapa y en su búsqueda, acaba siendo atropellado y acaba en el hospital en coma y al borde de la muerte. En su estado comatoso, el tiene una revelación (o eso cree), y es que el karma se las está devolviendo por haber sido un grandísimo capullo. Así que decide ir a enmendar todas las capulladas que hizo cuando era un humano inconsciente que solo se preocupaba de su ombligo, o en su defecto, de su escroto. Pues bien. Me gusta pensar que lo que ocurre con occidente es un poco lo mismo. Lo que está pasando es un golpe kármiko. Después de haber hecho y deshecho a nuestro antojo, después de haber financiado al DAESH, al sector más extremista dentro del islamismo, este se vuelve contra quien les ha dado de comer, dado que es quien le quita sus recursos. Dejen las moralidades a un lado. Ya se que son unos grandísimos hijos de puta que violan niñas y demás, no digo que sean buena gente. Digo que su ira está, parcialmente, justificada, ya que llevamos haciendo y deshaciendo en SU territorio durante años. Ahora que están armados, me parece lógica una revuelta, tienen bastante que ganar y poco que perder. Y quiero pensar que esto es así, a pesar de que hay pocas cosas que me inclinen a pensar de esta manera. Digamos que me fuerzo a pensar que el motivo es este, el golpe kármiko. Porque la alternativa, mucho más realista y tangible, me hace estremecerme de miedo, no por los actos, si no por lo que subyace detrás de ellos.

Y es que veamos, tenemos un grupo terrorista que lleva atacando sin cesar occidente. Debido a que no pueden exportar sus armas a occidente, se ven obligados a encontrar otros medios de atentar, y sin embargo, nunca es contra puntos estratégicos de poder. Es contra civiles. Si vas a suicidarte en una guerra santa, y quieres acabar con el enemigo, lo lógico es que ataques a sus puntos vitales, en este caso, los puntos de poder económico, político... o incluso militar. Pero no se ve algo así desde el 11-S en New York. El resto de ataques han sido ataques deliberados, contra población civil, que únicamente fomentan el caos pero no debilitan la estructura política, económica o militar del invasor. Y esto se hace preocupante. Piénsenlo. Decían del 11-S que había sido una chapuza porque que si los aviones estrellados eran militares, que si era un atentado de bandera mal tapado, etc. Pero se estaba atacando al corazón económico de estados unidos. Aún con todo el despropósito de seguridad, aquello era más creíble que pensar que una organización terrorista se dedique a atacar a la gente porque sí. ¿Qué tipo de guerra es aquella que no prioriza objetivos? ¿Qué busca el DAESH en su guerra santa al propagar el caos? ¿Que nuestro sistema económico colapse porque tengamos miedo de salir a la calle? No hay las suficientes bajas. Lo único que se provoca es un sentimiento de dolor y de rechazo hacia quien realiza el atentado, algo que, quien sepa mínimamente de ciencia política y guerra, es nefasto si quieres conquistar el territorio enemigo o tan siquiera debilitar su estructura política y económica. Resumiendo, atacan sin propósito.

Y sin embargo, sí veo un propósito político en todo esto. Veo el propósito político de frenar la oleada de inmigrantes en medio de una crisis capitalista de proporciones épicas, en las que a la burguesía capitalista ya no les hace falta conseguir mano de obra barata de paises extranjeros, puesto que ya la tienen en el suyo. Veo el propósito político de impedir que más gente entre en el país a disparar las tasas de paro, veo el propósito político de impedir que más gente se aloje en el país de aquella a la que le pueden dar de comer... sin que las élites económicas suelten de su bolsillo. Porque obviamente, Europa, África, Oriente próximo... y también el lejano, en el mundo hay para todos, o al menos para una buena cantidad de personas, pero está mal repartido. El 99% de la riqueza mundial se concentra en un 1% de la población mundial. Son gente que controlan los medios de comunicación, lo que comemos, las drogas que nos metemos al cuerpo. Y lo que verdaderamente me aterra, más allá de estos ataques que vivimos, es que empiezo a temer que ese 1% esté dispuesto a hacer lo que haga falta con tal de evitar repartir su riqueza. Con tal de evitar soltar más trozos del pastel. El quesito está repartido, y a nosotros nos tocan las migajas. Y pelearnos por ellas... Feliz islamofobia.