martes, 19 de enero de 2016

There's no happy ending

Mi psique está fragmentada. Tengo dentro un monstruo negro, de odio, de rabia, que quiere consumir el mundo y a mí mismo.

He pasado mucha mierda en esta vida. Una de las cosas fundamentales que aprendí es que no debo de llamar la atención. Y sin embargo, fracaso constantemente. Mis excentricidades, mis peculiares gustos, mi actitud extraña... Dios, esto está acabando conmigo. No quiero pedirle ayuda a nadie. No quiero ser el centro de atención, ni quiero que la gente se preocupe por mí. Joder, solo quiero ser normal. Normal, como el vecino que pasea a su perro y hace footing y está tranquilo. Pero yo soy jodidamente incapaz.

Tengo un río de pensamientos corriendo por mi cabeza, mil imagenes al galope que se suceden una detrás de otra. Mi cabeza es permanente cambio. No hay nada fijo.

Dentro de mí, tengo el caos.

No se por qué es. Quizá parte sea por el TDAH. Pero hay otra gente con mi problema que es capaz de controlarse. Quizá debería volver a medicarme, pero medicarme me pone nervioso. Además, me vuelve plano. Silencia ese caos que hay dentro de mí, y me siento vacío.

No se si es solo en el TDAH. Sufrí bullying en la eso. Nunca fui popular. Nunca destaqué en nada. En un mundo en el que el destacar en algo es lo que importa, yo me siento completamente inútil. Fracaso en todo lo que intento. No tengo ningún logro, nada por lo que vaya a ser recordado, ni nada de lo que enorgullecerme. Me da la sensación de que sobro. Esa es la palabra. En este mundo yo sobro. Preocupo a mis colegas, a mi familia... Y ni siquiera vivo una vida plena. Ni siquiera tengo una vida que me satisfaga. Es como si hubiese perdido las ganas de vivir. Vivo por defecto, por inercia, encerrado en una rutina eterna, en una vida a la que no se cómo encontrarle finalidad, en una torre de cristal.

Creo que necesito irme lejos. Necesito luchar por la supervivencia, de alguna forma. Marcharme lejos de aquí y no volver hasta dentro de mucho tiempo.

Me estoy volviendo loco. Soy el protagonista de una película que no tiene final feliz.

lunes, 18 de enero de 2016

El mito de las balsas

El individuo, en su existencia, es un náufrago en una balsa. Navegamos por el enorme océano que es la nada, en una oscuridad permanente, provistos de un farolillo que nos permite ver que tenemos delante, y ser vistos por otros. A lo lejos, vemos otras balsas, con sus farolillos, que navegan tan solitarias como la nuestra.
A veces, en un breve lapso de tiempo, alcanzamos la felicidad, tierra firme. Solo para ser exiliados a la nada de nuevo, al poco tiempo.
Algunas personas viajan solas en su balsa. Otras meten en ella gente, alguna ayuda a remar, y otra mira. Alguna gente mete en su balsa más gente de la que puede llevar, y se hunde. Han de nadar a tierra firme, que a veces está lejos, demasiado como para alcanzarla. Si no son rescatados se ahogan.
Imaginaos la variedad de escenas que se pueden dar en una balsa en medio de la nada. Todas ellas tienen reflejo en nuestras vidas.
Yo navego en una balsa para uno. Es pequeñita, tiene dos remos, un farol, y también algo de cuerda que cogí en el último puerto. Para poder echarle un cabo a los náufragos sin subirlos a mi balsa. Además de pequeña, es una barca humilde. No esperen encontrarse una barca de competición, suntuosa y con su vela para navegar con la fuerza del viento. Navego con mis brazos, y suficiente hago con mover la balsa, que tras alguna que otra tempestad, tiene algo más que la pintura desconchada. Pero se mantiene en pie y puedo seguir navegando. Es lo que importa.
Tiempo ha, conocí a alguien a quien quise subir a mi balsa. Vi su balsa, bien arreglada, no demasiado lujosa, pero en mejores condiciones que la mía. No obstante, navegaba más segura, pero más despacio. Consideré que si juntábamos la fuerza de mis brazos y la de su ingenio, conseguiríamos viajar más rápido en el eterno devenir entre puerto y puerto.
Se negó a mi proposición, y yo, que ya me había creado expectativas de tener una balsa más segura, repartirnos los turnos de remo y volar de puerto en puerto, con amena compañía, hube de volverme a mi balsa, mugrienta y roída, pero mía, mientras ella daba cabida en su balsa a otra persona.
No obstante, esta sensación de inseguridad, soledad y desasosiego, me acompañó largo tiempo. Así que empecé a buscar más gente con una barca bonita. Con una barca mejor que la mía. Alguien que me llevase de puerto en puerto.
El problema es que había perdido la ilusión por remar. Desque viera la flamante barca y su pasajera, desque viera su farolillo, alumbrar como ningún otro, desque conociera a la joven del barco, amable y complaciente, pero siempre justa, no hube de querer en mi fuero interno, otra barca, ni otra acompañante.
Al principio no supe darme cuenta de esto. Decía que pensé que sería a causa de la barca, y busqué una barca parecida. La encontré, me subí, no remé. Me acabé sintiendo incómodo en aquella balsa, y acabé tirándome al agua, de nuevo hacia mi propia balsa, más pequeña y sucia, pero más cómoda, y en mi salto casi hago caer a la persona de la balsa. Pensé sin duda, que era entonces a causa de la persona que iba dentro. Busqué un náufrago parecido a aquella mujer que estuviese buscando una balsa para viajar. Lo encontré. Se subió. No remó. Nos cogió la tormenta y naufragamos.
Hube de suponer entonces, que la causa era la mujer EN la balsa. En conjunto. Ambas cosas eran lo que me había cautivado. De nuevo partí remando en busca de una balsa parecida con una mujer parecida dentro. Ni si quiera la encontré. Vi algunas barcas a lo lejos, pero a medida que me acercaba, sabedor de mis anteriores experiencias, ni balsa ni ocupante ejercían ya el hipnótico poder de aquella primera balsa, que en realidad no fuera la primera, pero sí la mas cómoda que conociera nunca. Volví a cruzarme a la joven de la balsa varias veces, y navegó varias veces a mi lado, pero en su balsa, con otra persona con la que no remaba del todo sincronizada.
Yo, por mi parte, vagué mucho tiempo buscando balsas como aquella con su ocupante de cabellos de fuego, como por inercia. Dejé también por inercia que algun que otra naufraga se subiera a mi barca. Nunca nada de eso funcionó. A veces hube de tirarme de la balsa, otras se tiraron las otras personas, y eventualmente, encontré personas que aceptaron subirse a mi balsa o viceversa, durante un ratito de tiempo antes de volverse cada uno a la suya, solo para, durante un ratito, disfrutar de un rato ameno.
Pero yo seguía queriendo subirme a la balsa de alguien. Renegaba de la mía y de su farolillo, que pobremente iluminaba el espacio alrededor. De hecho, seguía aún codiciando aquella balsa y su ocupante.
Tras largo tiempo buscando balsa y acompañante, y cada vez rebajando más algunos criterios de selección, hube de percatarme que quizá la joven no me había impactado por la barca, ni por su compañía. Que quizá su farolillo no brillase tanto como recordaba. Quizá solo brillase tanto porque me había encontrado con ella aún mojado, tras un naufragio en medio de una gran tempestad.
Y decidí dejar de codiciar a la chica y a su balsa. Me costó lo suyo. Como la fábula de la zorra y las uvas, muchas veces hube de repetirme que las uvas estaban verdes, que su farol no alumbraba tanto, ni era su barca tan segura, ni ella tan buena acompañante. Nunca sabré a ciencia cierta cuanto me engaño.
Finalmente renuncié a su balsa. A la suya, y a la de todos. Renuncié también a la compañía en mi balsa, en la que me gusta estirar los pies, y a veces sentir, el agua, la nada, debajo de mi.
Finalmente miré qué me quedaba. Solo me quedaba mi barca. Pobre, zozobrante e insegura, pero mía, en la que solo yo navego hacia el rumbo que quiero, y en la que llevo soga para tirársela a algún que otro náufrago. Me quedan mis remos, mis viajes de puerto en puerto. Es cierto, se navega más lento solo, en una barca pequeña, zozobrante y con una sola persona remando. Tardaré más en llegar a puerto. Pero prefiero viajar de puerto en puerto que de barca en barca. Tomé mis remos, y avancé hacia la negrura espesa delante de mi.
AVISO PARA NÁUFRAGOS Y NAVEGANTES. Qué consiento que haga la gente con mi barca y qué no.
Consiento que te subas un ratito, pero no para quedarte. Si quieres que te lleve a puerto, agarrate al cabo que te tiro.
Si a pesar de eso, insistes en subir a mi barca y que rememos juntos, ten en cuenta una cosa. Es MI barca. No NUESTRA barca, si no MI barca. Mis reglas. Se rema a mi ritmo y hacia el puerto que yo quiero. Si te parece que estoy perdido, no te subas. Y no tengo intención de que te quedes. Y yo no me voy a montar en tu barca, tenlo claro.
Subirte a mi barca, en el dudoso caso de que lo haga, es algo provisional. En el próximo puerto te bajas, o te sueltas del cabo, y te consigues tu barca. Si no consigues una antes de ser devuelto de nuevo al mar, no es mi problema. Así afoghes. Moito fixen trouxéndote a terra sen pedir nada a cambio.
No insistas en hacernos con una balsa juntos. NO ME INTERESA. No digo que no vaya a ser bonito, ni te digo que vaya a ser así siempre, pero no me interesa.
En el dudoso caso de que accediese a compartir finalmente balsa contigo, ten en cuenta una cosa. Primero, va a tener que ser una balsa de de dos para que estemos cómodos. Segundo, tengo mucho cariño a mi barca, me ha servido fielmente durante muchls años. No me pidas que la destroce. A lo sumo quedará aparcada para cuando nuestros caminos se separen, si se separan. Y es probable que de vez en cuando quiera cogerla e irme solo de paseo. Solo por la nostalgia de estar solo. Después de tanto tiempo remando sin compañía, compartir balsa con alguien y hacer esfuerzos por coordinarse con esa persona, puede ser más fatigoso que remar solo. Sobre todo al principio. Me voy a dar muchos paseos en mi barca al principio.
Ultimo aviso pero no por ello menos importante. Hay mucha gente que tiene por afición chocar con las barcas de los demás por diversión. No con mi gente o con mis náufragos. Antes de chocar contra ellos, piensa que en la barca tengo dos remos. Remos que puedo usar como, o tallar de ellos, un bokken. Es más, mi bokken viene conmigo en la balsa, además de los remos. No se me da mal usarlo, y en el caso de que uno de los dos se tenga que ir al fondo del mar, no entra dentro de mis previsiones. Por favor. Pórtate y no sufrirás daño alguno.
Y hasta aquí el mito de la balsa. Tengan los remos preparados, si tienen vela, cázenla hasta capturar el el través, y sigan navegando, de un puerto a otro, en busca de la felicidad.